Al servicio del Rey


El novicio capitán Miranda pasa la mayor parte de 1773 y 1774 en guarnición en Madrid y en Granada. Además de su interés por una gran variedad de temas y estudios, el principal rasgo que exhibe en este momento de su vida es una gran ambición personal  que le lleva constantemente a buscar impulsar su carrera militar, cosa en la que no tiene ningún éxito inicialmente.


Abdulhamid I

Publicado en el primer volumen del Archivo del General Miranda como un anexo del Diario de Melilla representando al Emperador de Marruecos, este dibujo es probablemente copia de un retrato del emperador otomano Abdulhamid I, quien está en el trono al momento de la visita de Miranda a Estambul en 1786

Un primer intento fallido es el de ingresar en la nueva Escuela Militar de Ávila, donde no es admitido. Sin parecer amedrentarse por ello, el bisoño oficial trabaja por su cuenta en la mejora de sus conocimientos a través del estudio de libros de teoría militar muy recientes, como el Ensayo sobre la Táctica de Jacques de Guibert, que acaba de ser publicado en París; también prosigue su aprendizaje del francés, del italiano y del inglés, lenguas que llegará a dominar en un alto nivel.


Estos estudios los hace valer en junio de 1774 cuando escribe al Inspector General del Ejército, Alexander O'Reilly, en una segunda tentativa de hacer avanzar su incipiente carrera: solicita ser asignado a América “con grado superior,” habida cuenta de los progresos hechos en “mi educación (...) sin embargo de que mis pocos años no me han dado lugar para servir más tiempo a Su Majestad como hubiera querido (...) ” [1]Miranda, Francisco de, Archivo del General Miranda, Tomo IV, p. 329, Editorial Sur-América, Caracas, 1930.


Una vez más la respuesta es negativa. Sólo es posible imaginar que la vida de guarnición aburre terriblemente a alguien que sus amigos y enemigos describirán a todo lo largo de su vida como poseedor de una personalidad fundamentalmente activa y emprendedora.


Finalmente, sus deseos de entrar en acción se ven satisfechos en octubre de 1774, cuando Carlos III ordena que el Regimiento de la Princesa asista en la defensa del enclave español de Melilla, en el norte de África, donde se espera el inminente ataque de fuerzas comandadas por el sultán Sidi Mohamed Ben Abdalá, Emperador de Marruecos, conocido también como Mohamed III.


Melilla

El faro de Melilla, parte de la fortaleza desde la cual se lleva a cabo la defensa del enclave español ante el ataque marroquí. Imagen: Wikipedia

El Sultán inicia el ataque el 9 de diciembre de 1774. Miranda desembarca en Melilla el día 30 de ese mes; tiene entonces 24 años y considera la defensa de Melilla como una gran oportunidad. Participa en la acción con entusiasmo y anota en su diario las incidencias del asedio con un espíritu de síntesis que no excluye, sin embargo, una cierta sensibilidad hacia el sufrimiento que éste genera. Deja registro del desamparo de los campesinos marroquíes, que corren a arrancar sus cultivos antes de que éstos sean destruidos por la artillería, y describe las lamentaciones de las mujeres y niños de Melilla como más insoportables que el propio asedio [2]Miranda, Francisco de, Archivo del General Miranda, Tomo I, p. 61, Editorial Sur-América, Caracas, 1929. Apunta también, con rigor historiográfico, los movimientos de cada bando, los ataques, los contraataques, la muerte del soldado español a quien un proyectil ha arrancado la cabeza y la del enemigo cortado en dos por un cañonazo. En sus escritos, el joven oficial no subestima al adversario musulmán, cuya precisión de tiro puede apreciar tanto como lo elaborado de su ceremonial.


El 19 de marzo de 1775, tras un bombardeo de 3 meses y 10 días a lo largo de los cuales caen en Melilla cerca de 8 mil bombas, Mohamed III levanta el asedio; ha agotado sus recursos y prefiere negociar la retirada a los riesgos del debilitamiento. Carlos III envía su enhorabuena a los defensores de la ciudad.


El capitán Miranda percibe en esta victoria la oportunidad tanto anhelada de obtener una promoción e intenta varias gestiones para lograrlo, nuevamente sin éxito. Se hunde en la frustración cuando uno de sus compañeros, Juan Roca, recibe un ascenso que él piensa también merecer. Impaciente, el 20 de junio de 1775, Miranda envía una carta al Rey expresando el deseo de ver sus méritos reconocidos con una condecoración, pero, cosa no sorprendente quizás, no recibe respuesta.